UN VERDADERO AMOR

Dicen que al profeta Elías le gustaba pasear por las calles del pueblo disfrazado. Quería observar a la gente en su salsa, de cerca. Un día se disfrazó de mendigo, ropas sucias y rotas. Fue a llamar a la puerta de una gran mansión. Se celebraba una gran fiesta. Cuando lo vio el dueño sucio y andrajoso, lo despachó con un gran portazo. Elías se marchó. Volvió más tarde, ahora lujosamente vestido: traje, camisa de seda, sombrero, bastón con empuñadura de oro. Cuando llamó a la puerta fue recibido con todos los honores y sentado en la mesa de honor. Todos le miraban con admiración. De repente Elías empezó a llenarse los bolsillos de comida y a derramar el vino por su ropa. La gente sorprendida le preguntó por qué se comportaba así. Elías contestó: cuando vine como rico me honraron y agasajaron, pero soy la misma persona. Sólo han cambiado mis vestidos. Ustedes no me recibieron a mí sino a mis vestidos y mis vestidos tenían que ser alimentados. Los invitados bajaron la cabeza avergonzados y cuando la levantaron Elías había desaparecido. En su silla había quedado su bastón con la empuñadura de oro. ¿Les suena esta historia? A mí me recuerda la carta del apóstol Santiago que se lee en la Misa de este domingo: "Supongamos que llega a la reunión litúrgica un hombre con anillo de oro"... ¿Qué más os recuerda esta historia y esta lectura? A mí me recuerda mi comportamiento que, a veces, juzgo por las apariencias y me dejo seducir por lo externo. ¿Os pasa a vosotros también lo mismo? La Palabra de Dios está presente aquí y la proclamamos para corregir nuestras desviaciones del camino cristiano. ¿Hay alguien que no actúa como nosotros? Sí, hermanos, Jesús. Él siente debilidad por los pobres, los marginados, los enfermos, los pecadores. Jesús siente debilidad por nosotros, que somos eso.