GRACIAS A LA IGLESIA MANTENEMOS EL FUEGO DEL AMOR

Un sacerdote se enteró un día de que uno de sus feligreses había decidido no asistir más a la iglesia.

La razón de este rebelde era que podía comunicarse con Dios en la naturaleza como si estuviera en la iglesia. Una noche el sacerdote decidió hacerle una visita.

Sentados junto al fuego, los dos hombres hablaron de mil asuntos pero no hablaron de la asistencia a misa. Al cabo de un rato el párroco cogió las tenazas y sacó una sola brasa del fuego. Y colocó la brillante brasa sobre el suelo. Los dos veían la brasa apagarse poco a poco y convertirse en cenizas, mientras las otras ardían y brillaban y sus llamas bailaban alegres.

El sacerdote permanecía en silencio. Al cabo de un rato, el feligrés dijo: el próximo domingo estaré en la iglesia.