LA AVARICIA ROMPE EL SACO

En el verano de 2015 un hombre que vivía en Ámsterdam fue a confesarse con su párroco.

“Padre, este es mi pecado. Durante la segunda guerra mundial di refugio a un judío muy rico para salvarle la vida de los Nazis."

El cura le dijo que había hecho una acción que exigía mucha generosidad y valentía y le preguntó: ¿por qué cree que ha cometido un pecado?

“Padre, le exigí que tenía que pagarme 20 gulden por cada semana que estuviera en mi casa”.

La verdad es que no debería sentirse muy orgulloso, pero lo hizo por una buena causa, le dijo el cura.

“Gracias, Padre, por su comprensión, pero tengo una pregunta más que hacerle. ¿Tengo que decirle al judío que la guerra ya ha terminado?"

Ser cristiano tiene un precio. Nuestro hombre quiso hacer el bien pero no al estilo de Jesús sino al estilo de los hombres, es decir, sin renunciar a la avaricia, sin sacrificar nada, haciéndose unas rebajas, queriendo servir a dos señores.