EL CAMINO DE SANTIAGO

En el año 813, un ermitaño llamado Pelayo alertó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, de la extraña y potente luminosidad de una estrella que observó en el monte Libredón (de ahí el nombre de Compostela, ‘campus stellae’, ‘campo de las estrellas).

Bajo la maleza, al pie de un roble, se encontró un altar con tres monumentos funerarios. Uno de ellos guardaba en su interior un cuerpo degollado con la cabeza bajo el brazo. A su lado, un letrero rezaba: «Aquí yace Santiago, hijo del Zebedeo y de Salomé».

El religioso atribuyó los restos óseos a Santiago, Teodoro y Atanasio, dos de los discípulos del apóstol compostelano, e informó del descubrimiento al rey de Asturias Alfonso II el Casto, que, tras visitar el lugar, nombró al apóstol patrón del reino y mandó construir una iglesia en su honor.

Pronto se extendió por toda Europa la existencia del sepulcro santo gallego. Alfonso II fue así quien inicio las peregrinaciones a Santiago de Compostela, trazando el que hoy en día se conoce como Camino Primitivo (Oviedo-Santiago). Cabe destacar la imagen del Salvador de la catedral de Oviedo, de especial devoción para los peregrinos que allí empieza su Camino, en la que se puede leer: “Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al Criado y deja al Señor” .