VIDA DE ORACIÓN CONSTANTE

C omo cristianos corrientes, que quieren seguir de cerca a Jesús en las encrucijadas del mundo, hemos de vivir continuamente unidos a Dios, por medio de una oración constante.

Conviene orar perseverantemente y no desfallecer.

Cada uno de nosotros hemos de ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo; con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. El cristiano que es coherente con su fe se esfuerza por convertir la jornada en una constante e íntima conversación con Dios, de tal modo que la oración no sea un acto aislado que se cumple y luego se abandona: por la mañana pienso en ti; y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración.

  • La oración continua es un don divino, que Dios no niega a quien corresponde con generosidad a su gracia. Algunas prácticas de piedad cristiana manifiestan de modo especial ese diálogo ininterrumpido con el Señor que llena el alma. Tales prácticas son, al mismo tiempo, consecuencia del amor y medio para crecer en él. Si el cristiano quiere alcanzar una vida de oración continua, no pueda adoptar una actitud pasiva respecto a la lucha interior: debe buscar y poner en práctica industrias humanas , recordatorios , que pueden avivar en cualquier momento el diálogo divino y la presencia de Dios.
  • Estos despertadores de la vida interior son personalísimos, porque el amor es ingenioso: serán diversos según las distintas circunstancias de cada uno, pero todos hemos de ver qué medios ponemos para rezar constantemente: todos debemos prever en nuestra jornada algunas normas de siempre, prácticas de piedad que no se circunscriben a un momento concreto.
  • Hemos de buscar la presencia de Dios habitualmente, o considerando que somos hijos de Dios antes de empezar un trabajo, o dando gracias al Señor por un favor que nos han hecho, aprovechando que se lo agradecemos también a la persona a quien se lo debemos.

San Josemaría exhorta a convertir la vida entera del cristiano en una continua acción de gracias: ¿cómo es posible darnos cuenta de que Dios nos ama, y no volvernos locos de amor? Nuestra vida se convierte así en una continua oración, en un buen humor y en una paz que nunca se acaban, en un acto de acción de gracias desgranado a través de las horas . La Virgen Santísima permaneció siempre en oración continua, porque alcanzó la cima más alta de la contemplación. ¡Cómo la miraría Jesús y cómo correspondería Ella a la mirada de su Hijo! No debe extrañarnos que una realidad tan inefable haya quedado en silencio, apenas insinuada: eran las cosas que María conservaba en su corazón.