"NO ELIMINEMOS A DIOS DE LA VIDA, ES LA TENTACIÓN DE UNA CIVILIZACIÓN SIN ENTRAÑAS Y SIN AMOR"

Artículo Ecclesia

Cardenal Osoro en la festividad litúrgica de la Virgen de la Paloma: «No eliminemos a Dios de la vida, que es la tentación de una civilización sin entrañas y sin amor»

Este domingo, 15 de agosto, la Iglesia conmemora la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora y la festividad litúrgica de la Virgen de la Paloma. El arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro ha presidido una Misa solemne en la parroquia Virgen de la Paloma y San Pedro el Real.

Carlos Osoro ha comenzado su homilía recordando tristes momentos del pasado, «desde la pasada fiesta de la Virgen de la Paloma, hemos vivido en esta comunidad cristiana acontecimientos dolorosos: la explosión de gas que derribó la casa parroquial y acabó con la vida del padre Rubén, sacerdote al que había ordenado hacía muy pocos meses, de los padres de familia David y Javier, y de Stefko, de nacionalidad búlgara. Vaya para ellos nuestro recuerdo y nuestra oración, sabiendo que ‘si vivimos, vivimos para Dios y si morimos, morimos para Dios, en la vida y en la muerte somos de Dios’. Descansen en paz. Oramos por sus familias».

Además, ha querido ilustrar la presencia de Dios en nuestras vidas deteniéndose en aspectos del cuadro de la Virgen de la Paloma:

Vive un modo nuevo de caminar por el mundo

«Miremos la imagen de la Virgen de la Paloma: el rosario cuelga de sus manos, nos indica un modo de entender la vida y un modo de caminar. No caigamos en la tentación de hacer de nuestra ciudad una ciudad muerta, sin sentido, sin arraigos, sin motivaciones, sin historia. No eliminemos a Dios de la vida, que es la tentación de una civilización sin entrañas y sin amor. Dios es Alguien que está entre nosotros; el ser humano tiene un deseo innato de abrirse más y más hasta encontrarse con quien sabe que lo ama. El Dios de Jesucristo ha estado presente en la historia de esta ciudad y sigue estando presente en nuestro pueblo. Demos a los niños y a los jóvenes lo que necesitan para crecer en todas las dimensiones de sus vidas. Quitar raíces a un pueblo es destruirlo, es matar su vida. Y las raíces no son las que nosotros ponemos, son las que tenemos y con las que nacemos que nos las ha dado Dios mismo: hay un deseo innato en el ser humano de Dios. ¡Cuánta gente lo está buscando! Escuchemos a las gentes en las calles, en los hospitales, en las residencias de ancianos, en las colas de parados, en los comedores sociales y en las Cáritas parroquiales, escuchemos a quienes llegan de otros lugares del mundo por circunstancias muy diversas… Acerquémonos a las personas, escuchemos lo que hay en su corazón. ¡Qué vacíos experimenta el ser humano! No hagamos teorías, no ofrezcamos baratijas que son pan para hoy y hambre para mañana».

Vive un modo diferente de relacionarte

«Fijemos nuestra atención en las manos de María: nos indican que está hablando con el Señor. Sus manos entrelazadas invitan a construir la fraternidad. Dios la ha mirado, se ha fijado en Ella como se fija en cada uno de nosotros, y Ella vive en la alegría del Evangelio, esa que nace del encuentro con el Señor. Mirad cuántos madrileños y madrileñas han llevado a otros esta alegría. Pensemos en las múltiples congregaciones, asociaciones e instituciones nacidas aquí en Madrid y que han ido construyendo la civilización del amor. Nuestros santos madrileños, acompañados por la Virgen María, no vieron a los demás como simples números, sino como hermanos. Recordemos a algunos de los que guardamos reliquias de su cuerpo, como san Isidro y santa María de la Cabeza, santa Soledad Torres Acosta, santa María Micaela, san José María Rubio, san Pedro Poveda, san José María Escrivá o san Alonso de Orozco. Todos han dejado huellas imborrables, que marcan dirección y sentido. Nos invitan a hacer presente el Reino de Dios».

Vive una mirada nueva sobre la realidad

«La mirada de la Virgen es la de Jesucristo. Hoy quiero fijarme en este Madrid que sigue recibiendo a personas. Es una ciudad a la que ha venido gente de todas las partes de España y del mundo. A veces tengo la costumbre de preguntar a los jóvenes: «¿De dónde eres?». Me dicen que son de Madrid. Y sigo con la pregunta: «¿Y tus padres?, ¿y tus abuelos?». La respuesta aquí ya es de otra manera: Castilla, Galicia, Asturias, Cantabria, Andalucía, País Vasco, Navarra… o de otros países de los que huyeron por situaciones de penuria económica o por confrontaciones políticas. Como dijo el Papa al Congreso estadounidense en 2015, «tratemos a los demás con la misma pasión y de la forma apasionada con que deseamos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que buscamos para nosotros mismos. En suma, si queremos seguridad, demos seguridad: si queremos vida, demos vida». Son palabras que suenan hoy de un modo especial contemplando la mirada de María sobre la realidad. Correspondamos a nuestra tradición de solidaridad y apoyo con quienes se encuentran a la deriva de un mundo en conflicto. No podemos tratar a las personas como juguetes aprisionados por conflictos internacionales. Nunca lo hizo Madrid. Todas las naciones tienen derecho a su seguridad y protección interna, pero ese derecho debe ser ejercido dentro de los patrones de la justicia social, la compasión y el respeto por la dignidad de la persona y de las familias vulnerables. En mi calidad de obispo apelo a mi comunidad rezando y pidiendo un espíritu generoso, sentido de misericordia a todos los que tienen necesidad de protección y de cuidados, y confío en que nuestro país tome decisiones respetuosas respecto a las cuestiones que afectan a refugiados y migrantes. Nuestras convicciones religiosas y nuestra historia nos exhortan a cumplir este propósito».