LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Cuando Jesús volvió a su casa, al cielo y se sentó a la derecha del Padre, los ángeles celebraron una fiesta
para darle la bienvenida. Había globos, pancartas, confetti, música y un gran cartel que decía: “Bienvenido a casa. Misión cumplida”. Uno de los ángeles le hizo una entrevista sobre su estancia en el mundo de los hombres para el periódico local. -Y ahora que tú, Jesús, has dejado la tierra, quién va a continuar tu tarea? -Once hombres que me aman, contestó Jesús. -¿Y si fracasan? ¿No tienes un plan B? -No. No hay ningún otro plan.
Celebramos la fiesta de la Ascensión como lo hacían los primeros cristianos para recordarnos algo que siempre necesitamos oír: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”. No. No hay plan B. Hemos recibido poder, no es nuestro, nunca lo ha sido ni lo será, es el poder del Espíritu. Y la promesa de Cristo que está con nosotros nos da total seguridad.
A la misión cumplida de Jesús se suma ahora la misión a cumplir por nosotros, en este hoy de la Iglesia. Ahora comienza el tiempo de la Iglesia, el tiempo de la misión, tiempo de dejar huellas de trascendencia, de justicia, de verdad, de mirar al cielo y al mundo y de ser testigos del Señor que nos envía y es la “cabeza de la Iglesia”. “A cada uno de los que hoy miramos al cielo casi de reojo seguro que se nos ilumina una gran sonrisa en el rostro que grita desde nuestro interior: gracias, Señor, por darme el empujón que necesitaba para moverme y salir al mundo a buscarte y compartirte. Ese es el mejor mensaje de la Ascensión de Jesús al cielo, que se ha ido para quedarse”