CRISTO ES REY LLENO DE AMOR

Termina el año litúrgico con la Fiesta de Cristo Rey de la verdad y la vida, Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, (Prefacio). Es un Rey con corazón de carne, como el nuestro, que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas. ¿Por qué, entonces, tantos lo ignoran? ¿Por qué se oye aún esa protesta cruel: “No queremos que éste reine sobre nosotros?”

Oposición a Cristo:

En la tierra hay gente que se encaran así con Jesucristo o, mejor dicho, con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han experimentado su amor, ni saben la maravilla de su doctrina. Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar alto: “Conviene que El reine.”

Muchos no soportan que Cristo reine; se oponen a El de mil formas: en los diseños generales del mundo y de la convivencia humana; en las costumbres, en la cultura, en el arte, en las leyes.

¡Hasta en la misma vida de la Iglesia! Escribe S. Agustín: No son muchos los que lo blasfeman con la lengua, pero son muchos los que lo blasfeman con la propia conducta.

Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si El preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Para que El reine en mí, necesito su gracia abundante: y así hasta el último latido, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey. Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro corazón.

Reinar sirviendo

Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por El, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiésemos servir! Solo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen.

Servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos. Si nuestra vida no es humana, Dios no edificará nada en ella, porque ordinariamente no construye sobre el desorden, sobre el egoísmo, sobre la prepotencia. Hemos de comprender a todos, hemos de convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien. Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean.

(De la homilía “Cristo Rey”, de San Josemaría)