¡ALELUYA, HA RESUCITADO!

El Domingo de Resurrección nos llama al momento de alegría plena.

Estaban satisfechos los enemigos de Jesús porque creían que todo había terminado. La fe de todos se tambaleó. Sólo María, la Madre de Jesús, se mantuvo firme, sin ninguna sombra de vacilación. María Magdalena no hacía más que llorar. Para ella nada tenía ya sentido. Jesús ya no está con ellos. Su cadáver está en el sepulcro. Ella hacía poco tiempo que había derrochado una fortuna para ungirle con perfume.

Cargada iba de perfumes y llorando camino del sepulcro del Jesús que le había cambiado la vida y se la había llenado de alegría. ¡Pero qué impresión tan fuerte cuando vio el sepulcro abierto y las vendas depositadas y plegadas sobre el sepulcro! Corriendo ha ido a anunciar lo que ha visto a los Apóstoles. Pedro y Juan escuchan y reciben el mensaje de María Magdalena y van corriendo al sepulcro "Se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: "Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?".

-"María". -
"Maestro" (Jn 20,11).

Otra vez María va en busca de los discípulos. El amor es activo, no puede estar quieto. El encuentro con Jesús engendra caminos de búsqueda de hermanos para anunciarle. La experiencia de la belleza y del amor impone psicológicamente la comunicación de lo que se experimenta, de lo que se goza. Por eso sólo puede anunciar a Cristo con fruto, quien ha experimentado su amor. Los apóstoles son testigos de la resurrección porque han visto a Jesús, el que bien conocían, vivo entre ellos después de la resurrección. Vieron que no estaba entre los muertos, sino vivo entre ellos, conversando con ellos, comiendo con ellos. No anunciaron una idea de la resurrección, sino al mismo Jesús resucitado, con una nueva vida, que no era retorno a la mortal, como Lázaro, sino inmortal, la vida de Dios. Ha vencido a la muerte y ya no morirá más. María Magdalena hizo, como Juan y Pedro, lo que debieron hacer: salir, abrirse, comunicar.