LA FIGURA DE PEDRO, AMOR AL PAPA

La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo, y, desde ahora, en su lugar estará Pedro.

De aquí que el nombre posterior que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.


El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles nos narran la conmovedora actitud de los primeros cristianos, cuando San Pedro es encarcelado por Herodes Agripa, que espera darle muerte después de la fiesta de Pascua.

Mientras tanto, la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. “Observad los sentimientos de los fieles hacia sus pastores -dice San Juan Crisóstomo-. No recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es el remedio invencible.  No dicen: como somos hombres sin poder alguno, es inútil que oremos por él. Rezaban por amor y no pensaban nada semejante”.

Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: “Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos”.

No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. Este amor y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor nos ha dejado. “El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo” (San Josemaría Escrivá). Por esto, no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de oponer un Papa a otro. Y no habrá respeto y amor verdadero al Papa si no hubiera una obediencia fiel, interna y externa, a sus enseñanzas y a su doctrina. Los buenos hijos escuchan con veneración aun los simples consejos del Padre común y procuran ponerlos sinceramente en práctica.

En el Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo en el mundo: al dulce Cristo en la tierra, como solí­a decir Santa Catalina de Siena; y amarle y escucharle, porque en su voz está la verdad. Haremos que sus palabras lleguen a todos los rincones del mundo, sin deformaciones, para que, lo mismo que cuando Cristo andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la ignorancia y el error descubran la verdad y muchos afligidos recobren la esperanza. Dar a conocer sus enseñanzas es parte de la tarea apostólica del cristiano.

“Donde está Pedro, allí está la Iglesia, y allí también encontramos a Dios”.


(Francisco Fernández-Carvajal)