ENTERRAR A LOS MUERTOS

El Papa Francisco ha aprobado recientemente el documento “Ad resurgendum cum Christo” acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación. La instrucción, firmada por el cardenal Müller, recoge que “la Iglesia aconseja vivamente la piadosas costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; pero no ve razones doctrinales para evitar la práctica de la cremación de los cadáveres ya que no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo”.

El documento sí precisa, sin embargo, que las cenizas de un difunto “deben mantenerse en un lugar sagrado”, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente. Esto facilitará la oración por su alma de los familiares y de la comunidad cristiana.

Por tanto, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar, como tampoco su dispersión “en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma”. Y tampoco “la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos”. Así, siguiendo la antiquísima tradición cristiana, “la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados”.

Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, “la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne”, y “pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia”. “La liturgia católica manifiesta la importancia del cuerpo del difunto. No solo se reza por el fallecido, sino que su cuerpo puede ser rociado con el agua bendita y recibir incensación. De este modo pedimos que, por la misericordia de Dios, el difunto que por su cuerpo fue purificado con las aguas bautismales y por su cuerpo fue hecho templo del Espíritu Santo, llegue a participar también en cuerpo y alma de la gloria de Dios que empezó a disfrutar desde el bautismo.

¡Gracias, Señor, porque para ti nuestros cuerpos no son hojas secas de árbol, efímeras, insignificantes y molestas! ¡Gracias por amar incluso nuestro cuerpo carente de vida, seco para este mundo, pero objeto de tu promesa de Amor y vida eterna”.

(“¿Qué significa Misericordia?”, de José Luis Mumbiela).

Una aclaración: Los que YA han hecho alguna de las cosas no recomendadas, que se queden tranquilos. Y ellos y todos recemos por nuestros seres queridos difuntos.