TIEMPO ORDINARIO, TIEMPO DE CRECER

Empezamos a partir del 8 de enero, el tiempo litúrgico llamado Tiempo Ordinario, que no significa de poca importancia.

Sencillamente, con este nombre se distingue de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.  

Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.

El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la voluntad de su Padre, brindarse a los hombres, así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la voluntad santísima de Dios.

Este tiempo es de crecimiento. El que no crece, se estanca, se enferma y muere.

Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: en el matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas.

Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto!

El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad, y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios.

¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor! Este Tiempo Ordinario se divide como en dos tandas. Una primera, desde después de la Epifanía y el Bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde Pentecostés hasta el Adviento.