JORNADA PRO ORANTIBUS

La Iglesia dedica un día del calendario para fomentar el conocimiento y la oración por todos aquellos
religiosos y religiosas dedicados a la vida consagrada contemplativa. Ésta es una vocación poco
conocida y entendida en el mundo de hoy, tan aferrado a sus comodidades, su libertad de
movimientos y su utilitarismo.
¿Qué tenemos que hacer los católicos en el día Pro orantibus?
Orar a favor de los religiosos y religiosas de vida contemplativa, como expresión de reconocimiento,
estima y gratitud por lo que representan ellos y ellas, y el rico patrimonio espiritual de sus institutos
en la Iglesia.
La Vida consagrada, una gracia de Dios.
Las diversas formas de Vida Consagrada son para todo el Pueblo de Dios una gracia con la que el Señor nos bendice a cada generación cristiana. Efectivamente, son visibles y palpables los espacios en los que el ardor misionero de una evangelización eclesial explícita, el trabajo educativo con niños y jóvenes, la solicitud caritativa hacia los pobres, los enfermos o los ancianos, llenan hermosas páginas de testimonio evangélico.
Pero hay una presencia especial que por su peculiar índole, la Iglesia quiere subrayar de un modo particular: los monjes y monjas contemplativos.

Para todas las formas de Vida Consagrada tenemos ya una jornada mundial común el día 2 de febrero, pero para los contemplativos la Iglesia señala una fecha propia, celebrada y no por casualidad el domingo de la
Santísima Trinidad: es la Jornada Pro Orantibus, la Jornada por aquellos que oran.

Se trata de una cita discreta y silenciosa con cuantos discreta y silenciosamente oran por toda la Iglesia y la Humanidad.

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Oración

Que te glorifique, Dios nuestro, tu Iglesia, con himnos de bendición y alabanza por tu Hijo Jesucristo, que para ser consuelo del mundo, fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la siempre Virgen María. Ella, elevada al cielo, resplandece en este momento de prueba como signo de salvación y de esperanza. Por su intercesión, te pedimos que ilumines los corazones de tus hijos que para vivir su generosa entrega en el corazón de la Iglesia se confinaron en los claustros por amor de tu nombre. Que con tu gracia se entreguen plenamente a tu gloria y sus hermanos reconozcamos en ellos un signo de ese mismo amor de madre con el que María consuela a todos los que la invocan con fe. Amén.