FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ

San José, esposo de la Madre de Dios, recibió la misión divina de hacer las veces de padre de Jesús en la tierra, misión que cumplió con heroica fidelidad. Su eximia santidad y su particular cercanía con Jesús y María le constituyen en principal intercesor ante Dios. La paternidad de San José alcanza no sólo a Jesús, sino a toda la misma Iglesia, que continúa en la tierra la misión salvadora de Cristo.

Así lo reconoció el Papa Juan XXIII al incorporar su nombre al Canon romano para que todos los cristianos veneremos con mayor frecuencia su memoria. Después de la Virgen María, nadie se ha acercado tanto a Dios como San José. Brillan en él sobre todo las virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad.

San José, desde su vida y trabajos diarios, supo decir “sí” a Dios; sin cosas espectaculares, supo ser fiel. No se nos pide a nosotros tampoco actitudes solemnes, sino la profundidad de las cosas sencillas bien hechas. Guardó con amor y entrega total el depósito que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se le depositó en sus manos.

San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal.

 

SAN JOSÉ PADRE Y SEÑOR

La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos se ha hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, se le invocar con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor. 
 
San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior: porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios. San José nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos. Y ese hecho tiene también, para nosotros, un significado que es motivo de reflexión y de alegría. 
 
Pero el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios añade, a la vida santa de los que cumplen su voluntad, dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da su valor a todo, lo divino. Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro. Dios no se deja nunca ganar en generosidad. José podía hacer suyas las palabras que pronunció Santa María, su esposa: Ha hecho en mi cosas grandes Aquel que es todopoderoso,  porque se fijó en mi pequeñez. 
 
En Nazareth, José sería uno de los pocos artesanos. Carpintero, posiblemente. Pero, como suele suceder en los pueblos pequeños, también sería capaz de hacer otras cosas: poner de nuevo en marcha el molino, que no funcionaba, o arreglar antes del invierno las grietas de un techo. José sacaba de apuros a muchos, sin duda, con un trabajo bien acabado. Era su labor profesional una ocupación orientada hacia el servicio, para hacer agradable la vida a las demás familias de la aldea, y acompañada de una sonrisa, de una palabra amable, de un comentario dicho como de pasada, pero que devuelve la fe y la alegría a quien está a punto de perderlas.
 
José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que considerar a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejemos nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento. 

EL SANTO DEL SILENCIO
 
  San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. 
 
Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero... ejemplo para todos nosotros.
 
* Santa Teresa repetía: "Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como San José lo trató tan sumamente bien a Él en esta tierra, Él le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca. Yo no conozco persona que le haya rezado con fe y perseverancia a San José y que no se haya vuelto más virtuosa y más progresista en santidad".
 
"Todos, siguiendo cada uno su propia vocación -en su hogar, en su profesión u oficio, en el cumplimiento de las obligaciones que le corresponden por su estado, en sus deberes de ciudadano, en el ejercicio de sus derechos, estamos llamados a participar en el reino de los cielos. Eso nos enseña la vida de San José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros. Lo he pensado muchas veces, al meditar sobre la figura de San José, y ésta es una de las razones que hace que sienta por él una devoción especial"  (San Josemaría E.)

ORACIÓN A SAN JOSÉ DEL PAPA LEÓN XIII

A Vos, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación; y, después de invocar el auxilio de vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio.

Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.

Proteged, oh providentísimo Custodio de la Sagrada Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio, desde el Cielo, fortísimo libertador nuestro en esta lucha con el poder de las tinieblas; y, como en otro tiempo librasteis al Niño Jesús del inminente peligro de su vida, así, ahora, defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir y piadosamente morir y alcanzar en el Cielo la eterna felicidad. Amén