CUENTO DE NAVIDAD- CERQUITA PERO DETRÁS

Se me ha clavado una astilla en la pezuña. Lo que me faltaba. Encima, ahora, voy medio corriendo y cojeando.
No llego, no llego, y estas carreteras no son buenas para una mula. Que no llego y yo me muero de la pena. Que se está haciendo de noche, que dejé a María ya con dolores, que en estas tierras está muy peligroso andar por ahí, que la gente se ha vuelto loca y dispara sin ton ni son...; y con el hambre que hay, si me pillan, no me dejan ni la vergüenza.


¿Quién me mandaría a mí meterme a ayudar a los pobres críos palestinos?
Por querer hacerlo todo bien, ahora el Niño Dios nacerá en el pesebre donde vivo, pero sin mí.


No es que yo sea imprescindible, que ÉL es el Señor, pero es que me muero de las ganas de darle mi calor, de acompañarle, de hacerle creer por un momento que soy un radiador, y no ha vuelto a nacer pobre de solemnidad sin nadie que le haya querido acoger.
Otra vez en el pesebre su Madre, que es la más bonita y la más buena, volverá a dar a luz, y sólo estará el buey soplando como un condenado para dar calor. Y yo no estaré. ¡Yo no estaré! ¡Ay, mi pezuña! Más que una astilla, esto parece el tronco de un árbol. Corre, mula torpe, corre que no llegas, que te lo pierdes, que están solos en el pesebre.
Pero ¿quién me mandaría a coger a esos niños? ¿Pero quién me habré creído? Si es que no puedo con todo, pero qué poca cosa soy. Me daban tanta pena... ¿cómo no iba a ayudarles? Al fin y al cabo, huesuda y todo, soy una mula fuerte. Y estaban solitos. Estas tierras tan ricas, tan especiales, tan sagradas de Belén, están llenas de odio.
Perdidos como estaban, lejos de sus casas, se habían separado de sus padres después de aquel atentado que hizo que temblara mi pesebre. Al acercarme a ver qué había ocurrido, me encuentro con toda aquella gente herida y gritando. Y los tres niños, pequeñísimos que eran, temblando en una esquina. ¡Cómo no iba a ofrecerme a llevarles a su casa!

Y claro, cuando llegamos, una humilde casita a las afueras, van y me ofrecen unos terrones de azúcar. Y a mí que se me van los ojos detrás de la golosina, y que me tumbo un poquito a saborearla...Cuando me doy cuenta: ¡el Niño! ¡María! ¡José! ¡Qué hoy nace el Señor en la tierra! ¡Que hace frío! ¡El pesebre! Y ahora, me veo corriendo con una pata chula, la lengua fuera, los ojos llenos de lágrimas porque le voy a fallar, y no me lo voy a perdonar. Y con tanta lágrima no veo un pimiento, me voy a estampar. ¡Llorona, encima soy una llorona!
¿Pero quién me mandaría a mí? Si es que ya me lo decía mi madre: << Hija, piensa antes de actuar, no seas bruta, que no puedes con todo >>. Y yo, venga a ir por la vida a lo loco. ¡Ya veo la luz del pesebre! Corre, mula, corre, que al menos llegues a adorarle, a decirle que le quieres y que, como no sea con Él, no vas a ningún lado. Pero ahora que lo pienso, ¡qué voy a ver la luz! ¡Pero si mi pesebre no tiene luz eléctrica! Por no tener, no tiene ni lámpara de aceite ni agua, más que la del barreño (que espero que mi dueño haya tenido las luces de cambiarla, porque me he bañado con ella esta mañana). ¡Anda!, ¿no será la estrella famosa? Ay madre, ¿no será un ángel? ¿Veré al Niño, dios mío, veré al Niño?

Y estos que van delante de mí... ¿quiénes son? Hay que ver qué trapos llevan, tienen que pasar
un frío de muerte. Pobrecillos, estos no han visto el jabón en meses. ¡Uff! Ni comido, ni nada de
nada... Sin embargo, ¡vaya queso enorme llevan! ¡Hogazas de pan negro! ¡Uy, pero si se acercan
al pesebre! ¿No irán a adorar al niño? Ay! Yo me adelanto que tengo que llegar cuanto antes.
Por favor, Señor, que llegue bien, que no haya nacido, que yo quiero ayudar, que si me tengo
que quedar coja, lo acepto, pero después de que nazca... (porque esta astilla me va a llegar al
cerebro como siga clavándose).


¡He llegado! ¡Está a punto de nacer! Voy a hacer un ejercicio de concentración para desprender
calor. Ya está.
El Niño ha nacido. Es pequeñito y arrugado como un garbancito. María y José lloran de alegría y
susto a la vez. A José le tiemblan las piernas. El Niño casi no hace ruido, ¡qué bendito! Le voy a dar calor y cariño..., pero me voy a separar un poco. Casi mejor que me pongo detrás, cerquita, pero detrás. No quiero que me vea, soy más fea que Picio, y si me ve, se va a asustar.


¡Ay! ¡Qué espabilao! ¡Que se me ha agarrado de los pelos! Por un momento le miro, qué horrible visión para un crió recién nacido, encima llego toda sudada. Pero qué mirada me has echado, Señor. ¡Si me ha parecido escuchar que soy preciosa a tus ojos!. ¿Me lo habré imaginado? Pero no... ¡Otra vez esa mirada! Yo me voy a desmayar. ¿Cómo es posible que dedique estas miradas?


Me retiro, esta vez sí, a una esquina del pesebre. Ahora sí que estoy desarmada. Me estoy mareando, no sé si de las carreras que me he echado, o de la revolución que tengo en las ideas.

Fea, inútil, huesuda y torpe..., ¡pero querida hasta el extremo! No entiendo nada. ¿Qué milagro es éste?

¿Qué tiene esa mirada, de dónde sale tanto amor?


El Niño Dios ha vuelto a nacer en Belén. Qué revolución, qué mareo que tengo. Qué alegría más tonta y más absurda, con la que está cayendo ahí fuera en estas tierras. Pero saldría a trotar como una loca, a abrazar a todo bicho viviente, porque Dios ha nacido y no hay mayor amor en la tierra que el suyo. Y yo lo he sentido, ¡lo conozco!, ¡lo sé!.