HAY QUE HARTAR A DIOS CON UNA ORACIÓN PERSISTENTE

Hoy vamos a reflexionar sobre la parábola de la viuda y el juez injusto.

Los detalles de esta parábola son importantes. Se trata de una mujer viuda. En la época de Jesús, las viudas, al igual que los huérfanos, eran personas muy desprotegidas, modelo de lo que significa estar completamente desamparados.

En la enseñanza de hoy aparece también la figura de un juez corrupto, incapaz de pensar en el bien de los demás. Al parecer no solamente no temía a Dios, sino que además no respetaba a los seres humanos.

Lucas nos comenta que la sencilla viuda acudía a donde el juez con frecuencia pidiéndole que le hiciera justicia. El juez, altanero e irresponsable, al principio se negó y le dio largas al asunto. Pensaría: ¡total, se trata de una pobre mujer, y además viuda! Hay que recordar que en todo el antiguo Oriente, los huérfanos y las viudas eran sinónimo de debilidad, no tenían el apoyo de un padre o un esposo que pudiera protegerlos. Quizá por eso aquel juez injusto se sentía seguro en su indolencia. Sin embargo, aquella mujer viuda le seguía insistiendo. Tanto fue la insistencia que aquel Juez se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”. Y es el mismo Señor quien realza la actitud y la respuesta de este desalmado. Enseguida viene la reflexión de Jesús:“ pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan de día y de noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar”.

Jesús nos enseña, el valor de la insistencia de la oración: la oración debe ser segura, insistente, perseverante, reiterada, apremiante. No se trata de repetir largas oraciones de la boca para afuera como hacían los fariseos, sino de pedir con sencillez, con confianza, con humildad, pero sin cansarse y sin dudar. Recuerda que una súplica débil, es señal de una fe débil, que no cree profundamente en el poder y el amor de Dios. Además, una súplica poco frecuente, muestra que en realidad lo que pedimos no es demasiado valioso para nosotros. Hemos de pedirle a Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!”. Los apóstoles habían entendido que no sabían orar y también nosotros entendimos que no sabemos orar, es común distraernos en mil cosas. Por eso es necesario que hoy le digamos al Señor, ¡enséñanos a orar! Esta maravillosa parábola nos invita a reflexionar lo siguiente: si aquél juez, siendo tan rastrero, atiende a la viuda porque se lo pide hasta cansarlo, ¿cómo no hará caso nuestro Padre celestial a las súplicas que le dirigimos, si Él es infinitamente bueno y generoso? Jesús nos enseña una cosa importante: que Él quiere que insistamos en la oración y no nos preocupemos si podemos resultarle “cansinos”, de esta manera probamos la fe que tenemos.

¡En definitiva debemos hartar a nuestro Dios con una oración insistente!