Sínodo de Obispos sobre la Familia

Del 4 al 25 de octubre de 2015  

Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece 

atraído y fascinado por todo amor auténtico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor auténtico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total. En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad. 

Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolu- bilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio. 

Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transfor- mar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vínculo temporal. “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (Benedicto XVI). 

Y la Iglesia es llamada a vivir su misión en la caridad, que no señala con el dedo para juzgar a los de- más, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heri- das con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser “hospital de campo”, con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; aún más, de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de salvación. Una Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que “ el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27); y que Jesús también dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores” (Mc 2,17). Una Iglesia que edu- ca al amor auténtico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la huma- nidad herida. Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: “El error y el mal deben ser condenados y com- batidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado”. Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión. 

Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo. 

(Papa Francisco, homilía durante la Santa Misa de apertura del Sínodo)