SEMANA SANTA

Jueves Santo

El Jueves Santo es el día de la Institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y de la proclamación del Mandamiento nuevo “que os améis unos a otros como yo os he amado”.Jesús les dijo a los Apóstoles: “Tomad, comed; esto es mi Cuerpo”, y se entregó a ellos. Con las palabras “Haced esto en memoria mía” instituyó el Sacerdocio. Y les dio un ejemplo maravilloso de humildad y servicio lavándoles los pies.

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EN LA ORACIÓN DEL HUERTO: “ME MUERO DE TRISTEZA”

Entonces Jesús dijo: “Me muero de tristeza… Padre mío, si es posible que se aleje de mí ese cáliz”. Al encontrar a los discípulos dormidos, dijo a Pedro: “¿De modo que no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación”. Le vieron demacrado y pálido, cubierto de sangre y desencajado. Yo no tengo palabras para resaltar estas de Jesús tan amargas y trascendentales. Lo mejor que podremos hacer es dejarlas resonar en nuestro interior en profundo silencio: “Me muero de tristeza”. “¿No habéis podido orar conmigo una hora?” Sin oración seremos vencidos. Acompañemos a Jesús con cariño y ternura que está sufriendo fuera de todo encarecimiento por nosotros. Y tomemos nota de cuál es en este momento cumbre de su vida, la recomendación que nos hace: orar. No les dice a los discípulos: “Convenced a Judas de que no lo haga. Id a hablar con Anás y con Caifás. Moveos. Ayudadme. Haced algo”. Todo lo que les dice, lo que nos dice, es “orad”, estad conmigo y con el Padre. Dejad que el Padre disponga y haga su Voluntad. Y hacedlo con sencillez, con simplicidad: “Pase de mí este cáliz”. Ni grandes discursos, ni muchas palabras, “repitiendo las mismas palabras”, anota Marcos. Jesús ha comenzado la Redención del género humano, orando y diciéndonos que oremos. Vemos enseguida los efectos de la omisión de la oración: "No conozco a ese hombre". Pedro no ha podido velar una hora con el Maestro y la falta de oración causa su caída, y la caída de todo aquel que no vela. Y así sucedió: “Todos los discípulos le abandonaron y huyeron”. Pedro ha negado al Maestro hasta con juramento, cobardemente ante las criadas, confiando presuntuosamente en sí mismo, y poniéndose en la ocasión. Pero tiene más corazón que Judas. Llora y pide perdón a Jesús con la mirada. Probablemente fue a buscar a María, la madre de Jesús, para contárselo a ella y eso le salvó.

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Sábado Santo

Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La celebración es el sábado por la noche, es la Vigilia de la Resurrección del Señor, según una antiquísima tradición (Ex. 12, 42), de manera que los fieles, siguiendo la exhortación del Evangelio (Lc. 12, 35 ss), tengan encendidas las lámparas como los que aguardan a su Señor cuando vuelva, para que, al llegar, los encuentre en vela y los haga sentar a su mesa.

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Domingo Resurrección

Cristo ha resucitado!!! La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercar a Cristo Vivo a todos los hombres

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En el Domingo de Resurrección estrena el «aleluya», renace la luz, es nueva la llama del cirio. La tumba está vacía, los ángeles luminosos se aparecen, las mujeres se turban, Magdalena de pronto ve al Maestro, los discípulos se conmueven, dos apóstoles corren hacia el sepulcro, otros dos se marchan tristes camino de Emaús.

¿Qué ha pasado? Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte, ha triunfado sobre el peca- do. Pascua es la fiesta de la alegría en nuestra certeza final de la Resurrección.

Hoy es el primer y principal domingo del año litúrgico, con dos celebraciones singulares que se complementan: la vigilia pascual de la noche y la misa del día. La liturgia no se cansa de repetir el mismo estribillo: «Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebramos la Pascua. Aleluya». El entusiasmo de la Iglesia se expresa en la bendición de este domingo:

«Éste es el día en que actuó el Señor». Después de las tinieblas de la Semana Santa se ha levantado para siempre el sol de la Resurrección. Por eso los creyentes en Jesús cantan el cántico nuevo, el himno de la liberación definitiva, el aleluya sin fin. 

Hoy celebramos al Cristo de la gloria, al Resucitado, al Primogénito de entre los muertos, que es prenda de nuestra resurrección futura.