UN MANDAMIENTO NUEVO OS DOY ….

Jesús ya se está despidiendo de sus apóstoles, y quiere darles un último consejo, una recomendación urgente, el mandamiento central de todo su Evangelio:

“Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.

La caridad es la virtud cristiana por excelencia. Es la característica que debe distinguir siempre a un cristiano. Dice San Pablo: “Aunque hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tuviese caridad, sería como un bronce que resuena y un címbalo que repica. Y si tuviese el don de la profecía y conociese todos los misterios y toda la ciencia, y poseyese la plenitud de la fe a tal grado de mover montañas, pero no tuviese caridad, no sería nada. Y si distribuyese todas mis posesiones y entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tuviese caridad, no me serviría de nada”.

La caridad, como dice Jesús, implica el sacrificio de uno mismo. Decía la Madre Teresa de Calcuta que hay que amar “hasta que duela”. La antipatía puede ser una oportunidad para crecer en la virtud, pues nos ejercita en el verdadero amor independientemente de lo que sentimos hacia esa persona: un familiar, la suegra, el cuñado, un compañero de trabajo…

También los santos sintieron antipatías, pero supieron vencerlas: “Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales, sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Entonces, para no ceder a la antipatía, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples sentimientos, sino en obras, y me dediqué a portarme con esa hermana como lo hubiera hecho con la persona que más quiero”.
(Santa Teresita del Niño Jesús)