PONLE LA ALFOMBRA AL SEÑOR

Las palabras del profeta Isaías deberían sorprendernos: “Preparad el camino del Señor, allanad sus

senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados”.

Estamos acostumbrados a escucharlas, apenas nos dicen nada. Y, sin embargo encierran un misterio fascinante. Si Dios es Dios, y, por tanto, nada iguala su poder, ¿qué necesidad tiene de que el hombre le tienda una alfombra para entrar?

¿No puede Él con su fuerza, bajar y subir el valle? ¿No puede Él pisar los montes y allanarlos? Pero, cuando vino a la tierra, y las puertas de Belén se le cerraron, se dio la vuelta y nació en un establo. No es que no tenga poder para rellenar los valles, allanar los montes y echar las puertas abajo; es que, como busca amor, quiere una alfombra con la que el hombre le diga: “Entra; mi casa es la tuya”. Si no encuentra esa alfombra, no pasa.

Tu soberbia, tu egoísmo y tu autosuficiencia son montes que impiden al Señor pueda entrar en tu casa. Date prisa, allánalos.

Tu pereza, tu cobardía y tu tibieza son valles que entorpecen el camino del Señor hacia ti.

Date prisa, rellénalos.

Ponle la alfombra al Señor. Allánale el camino.