PENTECOSTÉS: LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

Nuestro Pentecostés actual es la fiesta de la plenitud de la Redención y de la culminación de la Pascua.

Desde el mismo nacimiento de la Iglesia el Espíritu de Dios desciende incesantemente sobre todos los cenáculos y recorre todas las calles del mundo para invadir a los hombres y atraerlos hacia el Reino.

Pentecostés significa la caducidad de Babel. El pecado del orgullo –en Babel- había dividido a los hombres y las lenguas múltiples eran símbolo de esta dispersión. Perdonado el pecado, se abre el camino de la reconciliación en la comunidad eclesial. El milagro pentecostal de las lenguas es símbolo de la nueva unidad.

Pentecostés es “día espiritual”. Cuando el hombre deja de ver las cosas solo con mirada material y carnal, y comienza a tener una nueva visión, la de Dios, es que posee el Espíritu, que lleva a la liberación plena y ayuda a vencer nuestros dualismos, los desgarramientos entre las tendencias contrarias de dos mundos contradictorios.

Desde Pentecostés la vida del creyente es una larga pasión que abre profundos surcos en la existencia cotidiana. En estos surcos Cristo siembra la semilla de su propio Espíritu, semilla de eternidad, que brotará triunfante al sol y a la libertad de la Pascua definitiva, al final de la historia, en la resurrección de los muertos.

Pentecostés es la fiesta del viento y del fuego, nuevos signos de la misma realidad del Espíritu. El viento, principio de fecundidad, sugiere la idea de nuevo nacimiento y de recreación. Nuestro mundo necesita el soplo de lo espiritual, que es fuente de libertad, de alegría, de dignidad, de promoción, de esperanza. El símbolo del fuego, componente esencial de las teofanías bíblicas, significa amor, fuerza, purificación. Como el fuego es indispensable en la existencia humana, así de necesario es el Espíritu de Dios para calentar tantos corazones ateridos hoy por el odio y la venganza.

LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO son: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23)

LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO:

El Espíritu Santo que habita en nosotros, queriendo hacer a nuestra alma obediente a sus divinas mociones e inspiraciones celestes, que son las leyes de su amor, en cuya observación consiste la felicidad sobrenatural de esta vida presente, nos da siete propiedades y perfecciones que en la Sagrada Escritura son llamados dones del Espíritu Santo. Ahora bien, estos dones no son solamente inseparables de la caridad, sino que, bien considerados en sí mismos y propiamente hablando, son las principales virtudes, propiedades y cualidades de ella.

Porque: La sabiduría es el amor que saborea, gusta y experimenta cuán dulce y suave es Dios. El entendimiento es el amor atento a considerar y penetrar la belleza de las verdades de la fe, para conocer por medio de ellas a Dios en Sí mismo, y después, descendiendo de ellas, considerarlo en las criaturas. La ciencia, por el contrario, es el mismo amor que nos ayuda y mueve a conocernos a nosotros mismos y a las criaturas, para hacernos subir a un más perfecto conocimiento del servicio que a Dios debemos. El consejo es el mismo amor, en cuanto nos hace cuidadosos, atentos y hábiles para elegir bien los medios propios para servir a Dios santamente. La fortaleza es el amor que alienta y anima el corazón para ejecutar lo que el consejo ha determinado debe ser hecho. La piedad es el amor que endulza el trabajo y nos inclina a emplearnos cordial y agradablemente y con filial afecto en las obras que agradan a Dios, nuestro Padre. El temor es el amor en cuanto nos hace huir y evitar lo que desagrada a la Majestad divina.

(“En la escuela del Espíritu Santo”, Jacques Philippe)